miércoles, 5 de febrero de 2014

Lex Luthor de Brian Azarello y Lee Bermejo: los que se pelean se desean.

 

Es conocida la anécdota de como cuando Conan Doyle mató a Sherlock Holmes y al  profesor Moriarty en al último relato de las Memorias de Sherlock Holmes, titulado El problema final, un aluvión de cartas repletas de lamentos y quejas inundó al pobre escritor incapaz de quitarse a su mas icónico personaje de encima, Doyle trajo de nuevo a Holmes a escena, pero Moriarty quedó muerto y enterrado y los ánimos del público volvieron a su cauce como si la perdida del villano nunca fuese tan importante como la del héroe. A pesar incluso de que en este caso el villano fuera su complemento ideal, un personaje construido específicamente para ser su rival, posiblemente el primer archienemigo de la literatura moderna.
 
Lex Luthor como todo longevo personaje ha experimentado una evolución muy marcada en su trayectoria hasta parecerse cada vez mas a Moriarty, no solo en su papel de enemigo indiscutible del héroe del relato, sino en sus formas de hacer el mal cada vez más proclives al subterfugio y el engaño que a la acción directa. La reformulación que del villano hizo John Byrne en 1986 lo alejó de su concepción primera como científico loco capaz de desarrollar  ingeniosos y terroríficos artilugios para destruir a Superman y conquistar el mundo, imbuido entonces de toda la imaginería de una época marcada por los desarrollos tecnológicos y químicos  militares y que se radicalizaría a partir de los años 50 y su obsesión por el la ciencia ficción, su miedo a la tecnología propiciado por la guerra fría y su apocalíptica y silenciosa dimensión. Byrne lo situaría convenientemente lejos de aquella fantasía estereotipada con el tiempo, transfigurándolo en un empresario sin escrúpulos obsesionado con ser la personalidad más importante y brillante de Metrópolis, un ego desmesurado y ambicioso mucho más acorde con el prototipo de multimillonario celebre a lo Donald Trump, mas real y acorde con las personalidades que verdaderamente parecen querer desestabilizar el bienestar social de las masas en función de sus exclusivos privilegios.  Luthor se volvió más complejo en sus motivaciones, y menos proactivo, llegando a ser  un manipulador villano en la sombra similar en su capacidad de tejer hilos invisibles en su favor al enemigo principal de Holmes.
Sin embargo a pesar de esta coincidencia de un ego hipertrofiado,  la profunda enemistad de Luthor hacia Kal El no esconde solo las motivaciones  filántropas de Moriarty  y a menudo se nos muestra como un personaje xenófobo e incapaz de aceptar cualquier invasión del status quo económico-social, o lo que es lo mismo, como el verdadero defensor del American Way of  Life. La fijación que el dueño de LexCorp muestra hacia su enemigo, más allá de la apremiante urgencia de reto constante que caracteriza al hombre poderoso o la necesidad narcisista de situarse sobre todo ser (humano o alienígena), roza la obsesión compulsiva que, camuflada en un frio y distante comportamiento y aseverada por una crueldad inhusitada, choca, por su irracionalidad, con el brillante intelecto que habitualmente muestra. A Lex Luthor se le ha permitido seguir cambiando,  mas recientemente hemos podido ver como de nuevo volvía a ser aquel científico brillante aunque manteniendo muchos de los rasgos psicológicos y estratégicos que lo caracterizaron como director corporativo, aunando en definitiva los pilares del éxito contemporáneo: dinero, poder, influencia y la capacidad cientificotecnológica de predecir y producir el futuro.  Pero Lex Luthor  no está destinado a desaparecer (al menos no permanentemente como Moriarty en la producción novelística de Doyle) porque de alguna forma los villanos se han convertido dentro de la ambigüedad moral postmoderna y su necesida de conflicto irresoluble, de acción y reacción sin avance, de relato suspendido en el eterno presente, en algo tan indispensable y atractivo (al fantástico film El Protegido me remito) como los propios  héroes. En el caso de Luthor, el más humano de los supervillanos, su atractivo reside en el reflejo de nuestra necesidad de poder sobre el Otro (el Otro que el Yo repele como rechazo a la diferencia, el Otro que el Yo anhela por incluir lo que no se posee) y los oscuros mecanismos que sostienen esa necesidad.

En Lex Luthor (ECC, 2014) Brian Azarrello nos ofrece una historia cargada, como es habitual en su oscuro y sofisticado trabajo, de tintes negros, siempre bajo la inestimable apoyo de su mejor colaborador, el expresivo dibujante Lee Bermejo, y consigue una caracterización brillante del mítico villano a través de una narración en primera persona que nos muestra el mundo, a los seres humanos  y a un extraño visitante Kryptoniano, bajo su inquisitiva mirada. Azarello muestra a un hombre de negocios brillante, frio en su forma de pensar y actuar, sosegado hasta un nivel que solo muestra el convencimiento en las propias ideas,  aunque simpático y agradable en su trato hacia los demás, capaz de hacer actos verdaderamente bondadosos a veces aunque para ello deba cometer a la vez otros terribles, una indistinción entre lo bueno y lo malo que deja entrever las primeras capas de narcisismo sobre su figura, situada como la de aquellos personajes de la tragedia griega por encima de cualquier moral,  un autentico superhombre nitszcheano en su concepción mas purista,  cuya doctrina debe ser escuchada y atendida para el bien de la comunidad global, un  salvador que no obedece a designios superiores, autoproclamado Prometeo destinado a robar el poder a dios. Lex Luthor explora esta concepción del malo que no parece tan malo, ofrece una mirada atractiva a la vez que retorcida de un personaje que simplemente se rige por el axioma inquebrantable de que el fin justifica los medios,  y su papel como archienemigo de Superman parece reducirse, en su maquiavélica mente, al de un Superyó rígido destinado a controlar al Ello desbocado que, volando en mallas de colores, pretende sostener nuestra segurida en fantasías imposibles. Su finalidad es destruir al alienígena venido de Krypton, si no físicamente, al menos en su categoría de símbolo, de falso ídolo para la humanidad, sin importar que se pierda en el camino. Lex, para Lex, es solo el verdadero salvador de la humaidad.

Una de las virtudes del mejor Azarello es su capacidad de mantener la atención del lector cediendo el protagonismo de la acción, aquí  muy condensada, frente a la narración, vertebrada en esta ocasión por el tono reflexivo de los monólogos interiores de Luthor  y sus embaucadoras conversaciones, algo especialmente atrayente en el capítulo que dedica a la sugerente reunión en las altas finanzas con un compañero y rival de negocios llamado Bruce Wayne. El encuentro de estas dos mentes consigue mostrarnos una de las virtudes de Luthor como villano, su transparencia, que aquí se vuelve diáfana, cerebral, frente a la pose continua que presenta el rol de multimillonario que Wayne adopta cuando no es el justiciero nocturno de las calles de Gotham. Por un lado tenemos la esquizofrenia violenta de Batman que ahoga su parte humana en los formulismos mecánicos del hombre de negocios o del playboy descarado, alejado totalmente de su compleja identidad surgida del miedo y el horror, del sangriento reguero de sangre en el  callejón nocturno de su mente violentada en la infancia. Por otro la mente de Luthor es siempre igual de fría y  su pose no existe, el calculador hombre de negocios es el calculador niño que mató a sus padres para cobrar una póliza de seguros, y ambos se  muestran bajo el mismo limpio y cristalino rostro. Para Luthor la pose de Wayne resulta desagradablemente repleta de clichés, y sin embargo también logramos intuir en esta dialéctica de egos que el verdadero Wayne, aquel que se oculta bajo el oscuro manto del murciélago, se parece mas a Luthor en motivaciones y estrategias  de lo que se atrevería a admitir, ese es el sino del antihéroe, caminar en la fina línea que separa la épica heroicidad de la inevitable villanía.  

Lo que más cautiva de las páginas de Lex Luthor es la complejidad con que nos presentan,  siempre sutilmente y huyendo lógicamente del enfrentamiento directo,  la dialéctica entre Luthor  y Superman, o mas bien la forma en que Lex entiende a su partenaire. Una relación de poder en todas las esferas, conscientes e inconscientes,  mucho mas sutil que la clásica relación de espejo entre el Joker y Batman. Azarello consigue algo muy impresionante en este libro, a partir del gélido rostro de Luthor y casi sin que lo percibamos  sugiere ciertas parcelas contradictorias en la compleja psique de su protagonista que quizás justifiquen, dentro de una mente por lo demás serena y brillante, una patológica  e innecesaria obsesión con Superman. Una obsesión basada en la necesidad  de control y poder de un Yo habituado a conquistarlo todo. Bajo la mirada de Luthor el hombre de acero se muestra como un ser totémico, silencioso e impenetrable, con una mirada que parece querer estallar en llamas y consumirlo todo. Para el malvado multimillonario, como posiblemente para cada uno de nosotros si viviéramos una visita extraterrestre, Kal El es una amenaza para la integridad e incluso la supervivencia del ser humano, Luthor representa esa parte de nosotros que siempre rechazará a Copérnico en pos de ser centro del universo y juzga a  Superman como el recordatorio insoportable de lo poco que somos, o lo que sería lo mismo, como a un ser castrador  de potencialidad abusiva que lleva al resquebrajamiento de nuestro ego. Azarello comienza la narración centrando la mirada en el altísimo edificio que está construyendo el influyente empresario, una catedral que,  mas allá de  funcionar como símbolo fálico, es explícitamente su forma de poder habitar el cielo y mirar por un lado cara a cara a su enemigo en los aires, y por otro a los demás seres humanos desde el aire como hace su enemigo. Lo más fascinante es que podemos atisbar como estos pequeños detalles de empatía con Kal El revelan cierta atracción hacia él, algo que podríamos afirmar, no obstante, sobre cualquier dupla de antagonistas. Lex Luthor es ante todo una narración sobre el deseo castrante por el superhombre.

Nos encontramos indudablemente ante una obra de connotaciones sexuales. Tenemos ahí desde el comienzo a Mona, ayudante, empleada  y quien sabe cuánto mas de Luthor. Mona parece  una depredadora sexual, el deseo carnal de cualquier hombre,  y estando prendada del empresario para él  resulta poco mas que un juguete ante el que se muestra imperturbable la mayor parte de las veces. Sin embargo este personaje resulta revelador  sobre las auténticas debilidades de su jefe y amante en uno de los diálogos que mantiene con él cuando  afirma que de joven, como todas las mujeres, estuvo enamorada de Superman. Ante esto Luthor expresa rápida (y repetidamente  a lo largo de toda la historia) que Superman no es humano: una letanía destinada a tratar de fortalecer un Yo devaluado en su masculinidad ante el portento físico de su rival.  Aquí vemos como mas allá de que le moleste la idealización excesiva del  hombre de acero, Luthor muestra una inseguridad viril respecto al kryptoniano, que, quizás camuflada inconscientemente de xenofobia (sentimiento que ha recorrido largamente la historia de ambos personajes hasta la última recreación de Grant Morrison),  oculta  un sentimiento de inferioridad, propio aunque proyectado en toda la humanidad.
Esta hipótesis se hace más  palpable aun con la aparición dentro del relato de Hope, un androide femenino con superpoderes creado por Luthor  para encarnar su sueño de una humanidad  sin límites, y en el que sorprendentemente  encontramos  la gran contradicción, el mayor (auto)engaño del villano, una prueba de cómo sus actos no se corresponden con sus palabras. Hope es artificial, menos humana aun que Superman, y es sin duda la confirmación de como el villano es capaz incluso de sacrificar sus propios sueños reivindicativos. Su discurso sobre la salvación de la humanidad frente a la invasión de lo que no es humano queda en evidencia frente al anhelo de poseer a Superman (o lo que Superman posee) al menos simbólicamente, arrebatándole su puesto como defensor de Metrópolis, mintiendo al pueblo, haciéndole creer que la humanidad puede ser mas delo que es, que puede ser Super.
 
En estas circunstancias se hace especialmente inquietante que Azarello nos muestre el interés romántico que Luthor manifiesta  por su creación, a quien sin duda ha programado para que experimente sentimientos similares hacia él. El implacable hombre de negocios acaba siendo una mezcla de padre (siempre el auténtico jefe, el verdadero Superyo) y amante de un androide con profundo complejo de Electra que restituye su libido, su puesto TOP en la ciudad.  Lo que quizás Azarello trata de decirnos es que el odio de Luthor hacia Superman es un complejo mecanismo de defensa para restablecer un self  castrado ante la superioridad de una figura divina por la que se siente  irremediablemente atraído y fascinado (como cada uno de nosotros, aunque no hayamos leído un comic en nuestra vida), una atracción resuelta en rechazo consecuencia del frustrante   anhelo por lo que no se puede poseer, un profundo complejo psicológico como única plausible explicación de que, durante décadas  y en cada época, una mente tan genial,  un hombre desmesuradamente rico en todos los aspectos, se haya entregado a la obsesión compulsiva e irracional de acosar incansablemente a un solo ser, a competirlo hasta el punto de llegar a hacer el amor a una maquina solo porque puede volar.  Toda necesidad de poder y autoridad sobre el Otro esconde un narcisismo patológico que incita a situarlo como inferior, pero aquí, en la competición continua, Superman nunca se muestra ni se mostrará como tal, esa es su condición totémica y simbólica, la invencibilidad. “Nunca conseguiré vencerle” será otra de las letanías recurrentes de Luthor, que en esta ocasión también quiere decirnos que nunca dejará de intentarlo. En su dinámica habitual Lex siempre se ha considerado, gracias a su intelecto, el único igual de Superman, querer compartir esa igualdad, ese parecido empático hasta lo íntimo es al final el anhelo de todo Yo respecto a la alteridad. Incapaz de aceptar semejante condición Luthor hará explotar su imponente torre y sus planes se vendrán finalmente abajo como siempre, de nuevo una  (auto)castración que parece ser  el destino de todo supervillano, una conquista nunca satisfecha como medio para perpetuar el único conflicto capaz de restituir, una, otra y otra vez, su self en el mundo, el conflicto con el único ser a quien necesita constantemente, su enemigo.

Bajo la mirada reflexiva de Luthor, Superman es un ser silencioso y ténebre, inescrutable y frio, que lo observa de forma acosadora a través de un cristal, y  cabria preguntarnos si esta imagen obsesiva no esconde la imposibilidad de un contacto que en realidad se precisa inconscientemente. En las 144 páginas que conforman esta atractiva historia,  Superman,  y tan solo como respuesta  al grito suplicante de su archienemigo que ansía oír su voz, pronuncia una única y tajante afirmación: “puedo ver tu alma”,  y en ella comprendemos el miedo mas profundo pero también el deseo mas perturbador de Lex Luthor: una necesidad de contacto que se grita a través de la mas profusa  maldad.

David Mayo

 


viernes, 24 de enero de 2014

Superman: Kryptonita. Incluso el acero puede romperse

 


 
De entre todas las narraciones míticas que acompañan al hombre desde la antigüedad, el relato del héroe divino como manifestación de la creencia en un “más allá”, entendido este como la superación de lo meramente humano e incluso de lo  real, es quizás la que muestra una mayor fragilidad en nuestro tiempo, amedrentado por una necesidad de imperfección que sitúe incluso nuestros sueños como una pantalla-espejo que nos devuelva una imagen terrena, alejada de imposibles. Ya en la tradición cristiana podemos observar este componente humano de los dioses, que ya no admitimos demasiado elevados y morfológicamente irreales como en Egipto, ni siquiera bajo el halo de antropomórfica blancura estatuaria de la mitología griega. El cristianismo vuelve a dios carne, y le proporciona un cuerpo sufriente, física y moralmente, cuyas dudas frente a su propia divinidad empatizan con las nuestras.

Superman:  Kryptonita,  la obra de Darwyn  Cooke y Tim Sale, ahonda en esta vertiente humanizadora respecto al hombre de acero, personaje  que desde su creación a alternado, siendo una de sus constantes más perdurables, un lado humano y uno divino bajo la nomenclatura de sus nombres terráqueo y kryptoniano,  en Superman sin embargo parece querer relucir siempre una aura de perfección ideológica  y física que utiliza lo humano solo como coartada para esconder dicha excelencia, de forma que, como sugiriera Quentin Tarantino en Kill Bill, Clark Kent pareciese una proyección menguada con la que Superman identificaría a lo humano. En el presente libro sin embargo esta posición se tambalea ofreciéndonos a un Superman temeroso como cualquier ser corriente, contándonos una historia primeriza, en la que Kal El aun no conoce el límite de su poder  y por ende de su invulnerabilidad, resultando un superhéroe amateur que teme y sufre de una forma aparentemente injustificada, al menos hasta que la historia se transforma en la de su primer contacto con ese mineral tóxico proveniente del espacio llamado Kryptonita, o lo que es lo mismo, su propia medida del sufrimiento y la mortalidad.
Debemos retrotraernos varias décadas atrás para encontrar como Superman, que ya escondía en el relato de su origen una raíz judeocristiana, devino en símbolo de divinidad al hacerse cada vez más poderoso e invulnerable,  y, paralelamente, más consistente su moral (condensada en la encarnación perfecta de los valores norteamericanos de verdad y justicia, acompañados de una, a veces,  ridícula nobleza con respecto a los demás seres vivos),  es conocido que este devenir en dios originó muchos problemas a sus guionistas, que difícilmente podían poner en apuros a alguien omnipotente, lo que condujo por sí mismo a la búsqueda de algún elemento que pudiese ponerlo en jaque, al menos en cuanto al exageradísimo nivel de sus cualidades físicas. Así primero fue el Metal K, autentico precedente de la Kryptonita ideado por Jerry Siegle para un ejemplar de Action Comics en  que el hombre de acero perdía sus poderes. Sin embargo aquella historia, de importantísima trascendencia en el devenir del personaje pues también desvelaba la identidad secreta de Clark Kent a su compañera y amor Lois Lane, nunca fue publicada, en lo que constituye el primer ejemplo práctico de las reticencias editoriales que obligaban a Superman a permanecer en un status quo permanente, como bien explico Umberto Eco en su obra Apocalípticos  e integrados. Sin embargo la necesidad de hacer a Superman vulnerable permaneció y encendía la imaginación de unos guionistas que quizás ya intuían que un ser de excesivo poder difícilmente podría mantener la identificación de los lectores. Necesitaban algo que hiciese a Superman parecer uno de nosotros y la respuesta, como muchas otras en aquel tiempo, llegó desde la radio.
La primera aparición de la kryptonita tuvo lugar en el serial radiofónico que desde 1940 se emitía en los Estados Unidos llevando las aventuras de Superman a los hogares de todo el país, fue solo una de las muchas innovaciones que desde las ondas influenciaron a los comics (en un trasvase entre medios que hoy día haría gritar a mas de un fan del personaje),  y sin embargo esta nuevo elemento no sería explotado convenientemente hasta la célebre etapa de Mort Weisinger al cargo de todas las colecciones del hombre del mañana, algo que por otro lado no es de extrañar a la luz de la peculiar personalidad del que, aun hoy, es el editor más longevo de la historia de las publicaciones sobre Superman, y que se caracterizó por una intensa relación amor-odio hacia un personaje  que mantuvo en lo más alto de su popularidad durante décadas pero al que hizo sufrir como ningún otro editor antes. En sus manos el último hijo de krypton dejo de serlo para convertirse en saco de boxeo y proyección sadomasoquista de los instintos mas violentos de Weisinger, que no harto de ridiculizarlo en portadas e historias imposibles, se esmeró en hacer de la kryptonita el talón de Aquiles por excelencia de Superman. No cabe duda que el mineral alienígena llegó a las mas mortales manos, las de aquel que representaría la traslación radical de nuestros ocultos deseos sádicos de acabar con todo índice de perfección. En manos de Weisinger y su patológico deseo de bajar a nuestro héroe de los altares, la Kryptonita terminaría convirtiéndose en la peor pesadilla de Superman ,  además de por su uso y abuso, en cliché y recurso narrativo en exceso fácil.
Primera aparicón de la Kryptonita, cuando aun siquiera tnía un color definido, en Superman 61 (1949)

Puede parecer extraño que décadas después un escritor como Darwin Cooke  afronte el reto de escribir una historia atemporal enfocándola en un elemento tan sobreexplotado , pero también resulta obvio la dificultad de enfocar el relato en el lado mas humano de Superman  sin atender a su mortalidad,  lo que derivaría a la lógica de centrar esta historia  en la Kryptonita y en las primeras experiencias de nuestro héroe con una roca (algo inanimado, muerto en sí mismo) que le enfrenta a sus primera verdadera sensación de muerte. Pero más allá  de esta  interesante  elección por mostrarnos la primera historia del mineral letal, Superman Kryptonita goza, en un primer nivel, de completo acierto narrativo al construir con eficacia una mezcla atractiva de relato noir y de ciencia ficción, haciendo confluir los elementos humanos necesarios para desarrollar un héroe igualmente terreno pero compaginándolo con el misterio procedente del espacio, el elemento radiactivo necesario para “rematar” a Superman en esa humanidad. Cooke construye una historia de personajes centrada por un lado en el equipo del Planet, estupendamente caracterizado, y por otro en los caracteres nuevos: un despiadado hombre de negocios instalado en Las Vegas que haría temblar a cualquier gánster de Scorssese , y una misteriosa voz en off que introducen paginas y paginas de intriga  en las que veremos atrapados a los clásicos Jimmy Olsen, Lois Lane y al omnipresente  Lex Luthor, en esta ocasión  quizás la más plana de todas las personalidades.  Todos estos protagonistas están tan bien integrado en la historia que esta parece desarrollarse a partir de ellos, una brillante caracterización a la que contribuye muchísimo, como no podía ser de otra forma, el arte de Tim Sale, su inconfundible estilo cartoon, que eleva una ambientación de por si  clásica ofreciéndonos un Planet arquetípico plagado de  sombreros, trajes y tirantes, con un Perry White terrorífico y un Clark/Kal de imponente presencia física y humanizado semblante. Estos elementos propios del cine clásico norteamericano confluyen, como ya apuntamos,  con otros de ciencia ficción, nada extraños en una historia de Superman, pero que son desplazados a un segundo lugar para ir desgranándose lentamente hasta el estallido final, con sorpresa incluida.
En este ambiente tan sugerente,  muy en la línea de las primeras historias de Siegle y Shuster plagadas de matones, robos y ajustes de cuentas, Cooke va a mostrarnos un Superman temeroso (nunca cobarde) incluso antes de que el mineral verde aparezca en escena. Incapaz de calibrar aun su grado de invulnerabilidad, el hombre de acero teme por su vida en cada nuevo enfrentamiento, en cada nueva prueba,  sus temores sin embargo se desvanecen una y otra vez enterrados en su cuerpo indestructible,  y de cada reto solo resulta  (amen de una terrorífica sensación de ansiedad difícilmente relacionable con el ser omnipotente que conocíamos en la edad de plata)  la evidencia de su  excepcionalidad, una incuestionable diferencia  biológica que  va alejándolo paulatinamente de la humanidad, convirtiéndolo en un ser solitario incluso en el mundo donde se ha criado.
La Kryptonita sin embargo (de forma nunca antes explorada)  romperá este sentimiento de soledad, imponiéndose como peligro real y arrojando una capa de mortalidad sobre su inquebrantable figura. Será aquí donde Superman se hará de carne y hueso y abrazará  su nueva situación con incertidumbre pero también con sincera felicidad, como si al igual que el lector consigue por fin encontrar en este nuevo elemento desestabilizador un lazo de unión mas fuerte con el hombre de acero, el propio personaje de papel experimentase esa empatía, pudiéndose sentir al fin tan humano como la gente que ama y por la que se sacrifica cada día.
Llegados a este punto nos detendremos en quien mejor ejemplifica ambas cosas, Lois Lane:  caracterizada brillantemente por Tim Sale en una de las mejores versiones del personaje jamás dibujada, ella es el otro gran elemento de la historia , inmersa en cada uno de los acontecimientos del relato, ella es la Kryptonita antes de la Kryptonita, como siempre fue, antes de la radio o de Weisinger, antes del metal K, el elemento que pone y pondrá en jaque siempre a Superman  en una derrota emocional que no tiende atisbos de felicidad. Si la Kryptonita hace sufrir al heroe hasta proveerle de una reconfortante sentimiento vulnerable, su imposible relación con Lois Lane lo inunda de la desesperanza que acompaña habitualmente las frágiles relaciones humanas.

Superman Kryptonita es un brillante relato que consigue trenzar en una historia sencilla un contenido valioso, trascendente y acorde con una época que necesita de milagros nunca demasiado inalcanzables, que precisa sentir humanos a sus héroes. una historia que consigue bajar del cielo a Superman sin necesidad de hundirlo en el fango de la violencia exacerbada o el trauma psíquico, solo utilizando elementos a priori trillados que aquí vibran de forma sutilmente diferente, recordándonos que la mitología del hombre de acero, en buenas manos, es inagotable, y que a pesar de su condición cuasidivina Superman puede ser, por el mero hecho de encontrarse inserto en nuestro mundo, porque su excepcionalidad habita rodeada de las mas comunes emociones (el odio de weisinger, el amor de Lois…), tan frágil como cualquier ser humano.
 
David Mayo

jueves, 9 de enero de 2014

Superman Origen de Geoff Johns y Gary Frank


 
La historia más grande jamás contada. Un planeta explota llevándose consigo todas las vidas salvo una. Un niño recorre solo el espacio hasta aterrizar en una pequeña villa de Kansas. El niño crecerá y se convertirá en el más icónico y poderoso ideal al que los seres humanos puedan aspirar.
El origen de Superman ha sido contado en muchas ocasiones y en distintos medios, la radio, el cine, la televisión y por supuesto, el comic, han narrado la aparición del primer superhumano en infinidad de ocasiones. Superman el origen, escrito por el célebre y omnipresente Geoff Johns y dibujado por el no menos popular Gary Frank , es la última reescritura del origen que se hizo antes de la tábula rasa denominada The New 52 y por tanto el último origen oficial del Superman nacido en 1986 a manos de John Byrne.
 
El reto de reimaginar un mito profundamente instalado en la consciencia occidental es siempre difícil y el respeto por el personaje ha hecho que a menudo las variaciones del nacimiento del hombre de acero sean mínimas y consistan mas en una ampliación de los hechos que en su alteración. El trabajo de Johns en esta obra continua esa tradición y nos ofrece un origen canónico que sintetiza muchísimos elementos de la mitología del hombre de acero como homenaje a toda su historia. Un relato tremendamente clásico que aúna los que pareciesen, a priori, elementos más interesantes de esa mitología, e intenta construir, consiguiéndolo en muchos momentos, un Superman muy realista y sobretodo, humano.
Para ello Johns obvia la parte del relato que alude directamente a la destrucción de Krypton y nos sitúa desde el comienzo en la adolescencia de Clark Kent en Smallville, un Clark que apenas comienza a descubrir todos sus poderes y que se manifiesta inseguro y cada vez mas retraído de sus relaciones con los demás, anticipando el joven casi traumatizado que recientemente pudimos ver en el film El hombre de acero de Zack Snyder (película que recoge muchos elementos de esta obra), pero que también es heredero directo de la serie Smallville que queda homenajeada ya en la estética de instituto e incluso en la ropa del propio protagonista. Johns profundiza en todos los elementos que rodean al personaje en aquellos primeros años y es capaz de demostrar su talento a través de una gran construcción de personajes, sobre todo de los padres adoptivos de Clark, Jonathan y Marta, y de su relación con Lana Lang. El guionista aprovecha también estos primeros años para introducir otros elementos importantes como la kryptonita o a Lex Luthor, transgrediendo en apariencia la historia que Byrne nos narró en la miniserie Man of Steel y volviendo en cierta medida a la continuidad pre Crisis en tierras infinita al recuperar un Luthor adolescente, a Superboy, la Legión de superhéroes (posiblemente lo que mas molesta de esta historia, pues rompe de pleno el relato realista que parecía querer desarrollar en un principio y que se posterga hasta el final y que sin embargo aquí se disuelve en un ejercicio nostálgico de fan, que Jonhs pudo bien haberse ahorrado o guardado para otra ocasión en pos de una mayor unidad en el tono del relato) e incluso Krypto, reinsertado de pleno en la continuidad de aquel momento. Lo que Johns parece querer conseguir son sutiles alteraciones de la historia primigenia de forma que no terminen de enturbiar la redefinición de Byrne. Así los padres adoptivos de Clark siguen vivos y las actividades de Superboy pasan desapercibidas, de forma que la aparición del héroe adulto seguirá siendo una gran sorpresa y acontecimiento cuando suceda.

 
Esta primera parte en Smallville intenta apropiarse en gran medida del éxito de la serie de tv, e incluso ofrece referencias directas a la misma en, por ejemplo, el descubrimiento de la visión calorífica o de la nave espacial que trajo a Clark a la tierra y que sus padres esconden en el granero. Sin embargo el homenaje que nos brinda estas páginas se extiende más allá y junto a estas referencias encontramos otras a los cristales  kryptonianos ideados por Donner en 1978, la escena de la cosechadora en Superman III de Richard Lester… y un sinfín de detalles engarzados en el adecuadísimo estilo cinematográfico con que la pareja Johns-Frank estructuran el relato, referencias múltiples que se volverán aun mas explicitas cuando un Kent adulto llegue a Metrópolis.
La gran ciudad va a devolvernos al patoso periodista que funciona de mascara perfecta para el ser mas poderoso del mundo, una caracterización deudora de la interpretación del personaje que Christopher Reeve nos regaló hace treinta años y que llega incluso a la mimetización del físico del actor en los lápices de Gary Frank. El homenaje a la obra cinematográfica de Richard Donner se alarga cuando Superman se presenta en sociedad rescatando a la siempre enérgica Lois Lane, helicóptero incluido, y nos recuerda que Johns comenzó su carrera como ayudante del director norteamericano y la devoción que siente (que todos, creo yo, sentimos) por aquella primera película del último hijo de Krypton. Pero esto no se trata, como hemos dicho, de un remake, sino de muchos, y así el desarrollo de su primera aventura enfrentará al nuevo defensor de Metrópolis contra un Luthor que sintetiza la visión clásica como científico loco y su concepción postCrisis como importante y egocéntrico hombre de negocios con ansias de dominar la ciudad. Johns retrata la maldad de Luthor en forma de ego exacerbado que no se conforma con el poder sino que precisa de la adoración que confirme su superioridad, su anhelo de ser el mas importante hombre del mundo. Un burócrata implacable en los despachos y un científico sin escrúpulos en el laboratorio.
En esta segunda parte, la primera aventura de Superman se muestra ejemplar y presenta la primera confrontación con su archienemigo partiendo de los elementos establecidos por Byrne que sitúan a Luthor como enemigo en la sombra, manipulador implacable que aquí, gracias a su labor científica, posibilita la aparición de otros supervillanos clásicos como Parásito y Metallo, cuya inserción en el libro marcan el desarrollo de la acción que hasta ahora había estado convenientemente contenida, una de las mayores virtudes de esta obra, mucho mas interesada en desarrollar la humanidad de los personajes que en mostrarnos nuevamente un simple intercambio de golpes.

 
Como vemos Johns se plantea la tarea de reunir los elementos mas interesantes de la historia de Superman y hacerlos confluir orgánicamente  en la continuidad de aquel momento bajo una estructura de homenaje, de recapitulación, de visión antropológica y  reintegradora, sin embargo no podemos obviar que bajo esta premisa inevitablemente se esconde también un relato poco sorpresivo, demasiado funcional, que busca poder hacer de nuevo accesible la historia del mas celebre superhéroe a cualquier aficionado o profano. Johns es muy buen escritor, y conoce muy bien lo que está escribiendo, se mantiene en todo momento respetuoso y eficiente, pero a veces eso parece enfriar una historia que en momentos, sobre todo a partir del viaje a Metrópolis, resulta demasiado cordial y que nunca confronta las previsión del lector. Por su parte Gary Frank es una montaña rusa, su estilo a priori atractivo a veces se afea en la expresión de los rostros y  una apática elección de los encuadres, en algunas páginas y viñetas el talento del artista sin embargo explota ofreciendo instantáneas cargadas de belleza y humanidad, en definitiva nos muestra un trabajo irregular, aunque siempre atractivo y por momentos brillante.

Superman origen es una obra asequible a cualquier lector de cómics, el neófito y el experimentado, el que busca entretenimiento eficaz y el que aspira a algo mas,  mermada quizás por su poca capacidad de sorpresa, el poco riesgo asumido, que  reduce enteros a una obra por lo demás disfrutable, e incluso por momentos salpicada de emoción sincera ante la historia más grande jamás contada.


David Mayo

martes, 7 de enero de 2014

Batman/Superman de Karl Kesel


 
 
Posiblemente los dos personajes de cómic mas reconocibles en el mundo, Superman y Batman han cruzado sus caminos un buen puñado de veces, como dicta el habitar un universo compartido y los dividendos que generan al unísono.
Primero fue el verbo, la voz de dios, Kal El, Superman, y como consecuencia de su éxito llegó el hombre murciélago que, de forma un tanto inexplicable, lejos de emular a la creación de Siegel y Shuster, se fue al extremo opuesto en las manos de Bob Kane que demostró sabiamente como la creatividad es el único modo de alcanzar el éxito sin tener que repetir formulas. Batman era gris y oscuro, llevaba una mascara, no tenia poderes y tenia mucho, muchísimo dinero, nada que ver con el hijo de granjero y sus psicodélicas mallas capaz de caminar por el cielo. Fran Kafka vs Walt Whitman, Murnau vs Capra, Freud vs Jung, caminos opuestos que irremediablemente van de la mano. Superman y Batman representan los opuestos, la luz y la oscuridad y esto es tan cliché que aburre volver a hablar de ello. Algunos autores han querido huir de tópicos y han intentado indagar en las similitudes entre ambos personajes dando por supuestas sus diferencias, porque existen rasgos comunes, tantos que quizás debiéramos pensar que no son tan distintos, que quizás somos nosotros quienes nos empeñamos en separarlos.
Rememoremos al primer superman, violento y agresivo, capaz de amenazar de muerte con tono sincero, perseguido por la policía y amedrentando villanos y políticos corruptos por igual, y detengamos ahora en el primer Batman, sereno y equilibrado Sherlock Holmes que colabora con las autoridades continuamente. En muchos aspectos ambos se parecían mucho a lo que hoy consideramos sus contrapartidas, pero mas allá de un origen que borra las enormes diferencias que les atribuimos no debemos olvidar que la guerra mundial terminó por unificarlos del todo bajo un mismo aura de héroe modélico, defensores de la propiedad privada frente a los malvados, algo que el cómic code solo se encargo de hacer oficial y oficioso durante décadas. Solo tras El caballero oscuro de Miller y su posterior Año uno Batman se instalaría en las sombras mientras que Superman continuaría siendo lo que encarnaba a estas alturas de modo ejemplar y universalizado. El héroe solar y socialmente (inconscientemente) aceptado. Es en este contexto donde se situa el World´s Finest de Karl Kesel y Dave Taylor.

La serie Batman/Superman parte de una sugerente idea, observar la evolución de la relación de ambos personajes durante los primeros años de su existencia post Crisis en tierras infinitas, esto es después de la reinterpretación que Miller y Byrne hiciesen de ambos héroes respectivamente. Se trata de un punto de partida interesante que remarcaría la importancia de algunos sucesos en sus respectivas vidas y nos ofrecería la visión retrospectiva de un cambio en su relación derivado de un cambio en ellos mismos ante acontecimientos tan importantes como la muerte de Robín, la relación entre Lois y Clark o la propia muerte de Superman a manos de Doomsday…. Todo ello aderezado por el inteligente movimiento de Kesel al tratar de unificar todas las historias en una sola situando sus encuentros bajo el pretexto de un acuerdo mutuo, provocado por razones puramente sentimentales. Cada año Batman y Superman se buscan el uno al otro y en esa fecha determinada trabajan juntos, rememorando el día en que perdieron a un amigo común. Simple y tremendamente efectivo.

 
El primer número de la serie nos mostrará este acontecimiento que marcará la relación entre ambos héroes, y es posiblemente lo mejor de todo el conjunto. Partiendo de presentar los mundos tan diferentes a través de dos secuencias paralelas, pronto se propiciara el encuentro y podremos deleitarnos con una dinámica bien construida tanto de los héroes como de todo su mundo de secundarios. Kesel sin embargo comienza a mostrarse en algunos momentos simplón y redundante, insistiendo en poner en boca de sus personajes frases innecesarias e incluso reflexiones que solo vienen a describir lo que los acontecimientos debieran darnos a entender.
Toda esta primera parte resulta interesante no obstante y tanto los encuentros entre Clark Kent y Bruce Wayne como los de sus asombrosas contrapartidas resultan divertidos y esconden una intención concreta que explora alguna faceta de ambos personajes. Sin embargo a medida que el relato avanza el interés decae, Kesel parece agotar inexplicablemente la tensión que los encuentros provoca y construye historias cada vez mas infantiles, planas y tópicas, repletas de personajes secundarios que anulan el protagonismo que debiese caer en explorar la relación imposible entre el héroe de Metrópolis y el caballero oscuro. Por su parte el dibujo sigue exactamente el mismo trazado y Dave Taylor se muestra seguro, original y detallista en los primeros episodios pero decae en sucesivas entregas simplificado sus viñetas en pos de cumplir los plazos de entrega hasta que finalmente cede su puesto a un en absoluto interesante Robert Campanella.

Con los mejores del mundo encontramos una idea brillante trasladada certeramente en una historia con principio y fin que desgraciadamente no mantiene el pulso en todo su recorrido, volviéndose aburrida e intrascendente en su tramo final. Pese a sus buenos momentos como el eficaz comienzo o la melancólica historia de Batman en Smallville demuestra que a veces  las buenas intenciones no lo son todo.
 
 
David Mayo

lunes, 6 de enero de 2014

Batman/Superman de Greg Pak



 

 
 
Al renacido Universo DC bajo la etiqueta New 52 le quedaba aun un título clásico que revitalizar, el que une periódicamente a los dos mejores héroes del mundo. Recién reinventados en sus propias series, la oportunidad de narrar la relación de dos personajes tan diferentes bajo la óptica de sus nuevas o no tan nuevas personalidades se antojaba un capricho irresistible y a esa necesidad responde la nueva colección Batman/Superman de Greg Pak y Jae Lee, que en su primer arco nos muestra a ambos héroes en su juventud (lo que significa vaqueros y camiseta Morrisonianos para Superman) encontrándose por primera vez antes de su ya hipotético primer encuentro en la Liga de la Justicia.

Lo que Pak nos propone en este primer acto es un crossover tan manoseado como atípico, el guionista plantea el esperado conflicto entre ambos que debe proseguir hasta la colaboración conjunta que posibilitará la derrota del villano de turno, pero además, complicando la fórmula en un movimiento inesperado para una colección que recién empieza, sumerge a los protagonistas en una realidad alternativa donde conocerán a sus contrapartidas de Tierra 2, unos Batman y Superman maduros que concuerdan mucho mas con las versiones clásicas de ambos personajes, rehuyendo la táctica editorial habitual para colecciones incipientes de no complicar las cosas y ofrecer una tabula rasa de la que los nuevos lectores puedan despegar sin problemas. Aquí nos encontramos desde el primer momento con mundos paralelos, héroes alternativos (y ya desaparecidos) en un ejercicio de continuidad que podría despistar a lectores recién llegados.

La jugada de Pak puede parecer inapropiada en cuanto quizás preferiríamos partir de una historia mas a ras de suelo con el protagonismo centrado exclusivamente en los héroes que protagonizan sus cabeceras mensuales y que nos permitiera profundizar mucho mas en su incipiente relación. Esta sensación se incrementa cuando nos damos cuenta de cual es la intención última del guionista, no tanto indagar en la nueva relación Supes-Bats cuanto en la de ambos con sus respectivas encarnaciones clásicas. Algo quizás a priori redundante y sin duda innecesario, pues solo resulta confuso para el nuevo lector y superfluo para el que conoce a los personajes y viene de reconocer esas diferencias en las colecciones que protagonizan por separado. Que el nuevo Superman es mas anárquico que el de la edad de plata, el nuevo Batman es muchísimo mas antipático o que ambos son perseguidos por la ley es algo obvio a estas alturas y sin embargo para Pak parece necesario remarcarlo dado que su intención es la de mostrarnos como estos dos héroes están hoy tan cerca el uno del otro como lo estaban en los años cincuenta o sesenta cuando ambos eran inquebrantables paladines de la justicia unidos por la amistad, con la salvedad de que si en aquel momento caían del lado heroico de Superman en esta ocasión parece que sea la vía gris del murciélago la que predomine incluso en un joven, y también maltratado por su doble orfandad, kryptoniano. Esta es una idea muy sugerente porque vendría a remarcar el hecho (al que asistimos desde el comienzo de New 52 y que también intuimos en el film Man of Steel) de que Superman se aleja lentamente de su condición de ideal hacia páramos más ambiguos cercanos al prototipo narrativo de héroe que parece gustar hoy. Sin embargo al final de la historia Pak termina rehuyendo esta posibilidad y nos ofrece (quizás demasiado gráficamente aunque con poética belleza) de nuevo una representación mas clásica en la que Clark solo desea abrazar su parte humana y Batman su mitad mas monstruosa y atormentada.
 

El dibujo de Jae Lee se esfuerza en mostarnos las diferencias entre ambos heroes, per también sus similitudes, como su condición de huerfanos.
 

 
¿puede el rostro de Superman ser tan oscuro como la máscara de Batman?


Este planteamiento algo inadecuado no es sin embargo óbice para disfrutar de los puntos fuertes de este arco inicial, el guión se muestra seguro de sus ideas y la narrativa es increíblemente precisa y escueta, aportándo la información que requerimos e incluso ofreciendo detalles de ingenio pero ocupando siempre un mínimo espacio que permita a Jae Lee lucirse. El dibujo de este describe el camino inverso a los guiones, complejidad formal y abstracción rebosante que en muchas ocasiones no cumple con su labor narrativa en función de unas instantáneas espectaculares, y que si bien son a veces elegantemente expresivas y relucen increíblemente en las splash pages en otros instantes se presentan torpes en los rostros y algo perezosas, sempre parcas en fondos, y Lee ni siquiera termina de dibujar completamente cada número posiblemente ahogado en plazos de entrega.

La nueva serie que cruza los destinos de Superman y Batman viene a rellenar en definitiva un hueco siempre importante en el universo DC, la complementariedad entre sus dos grandes iconos, y ofrece buenos mimbres para desarrollar de nuevo una amistad mas vieja que la mayoría de nosotros y que siempre basculará en la fina línea que separa la admiración de la desconfianza. Pak, como ya hiciese Byrne en su miniserie El hombre de acero, nos deja claro en esta historia que la amistad clásica de ambos personajes no tiene cabida en sus nuevas personalidades y sin embargo apunta que de alguna forma podrían estar, al menos en estas aventuras iniciales, bajo el manto de la inexperiencia, mas cercanos que nunca. Lastima que el final abrupto de la saga parezca un episodio imaginario de aquella lejana edad de plata, dejando este encuentro en el aire para no destrozar lo narrado por Geoff Johns en el primer arco de la JLA y dejándolo todo listo para que, una vez mas, en este reboot no cambie nada, Superman sea el caballero de brillante armadura y Batman el verdugo al pie de la guillotina. Ángel y demonio. La eterna dicotomía.

David Mayo.

sábado, 4 de enero de 2014

S de Silogismo

 
 

El Sr. Spector usaba un cuaderno para guiar su discusión; cada domingo empezábamos leyendo una parábola moderna o cuento de cautela, y luego luchábamos con una serie de preguntas imponderables. Un día, por ejemplo, estábamos discutiendo las tentaciones de robar; otra clase estaba dedicada a todos los daños que el mentir causaba en uno mismo y los efectos que tenía en otras personas. El Sr. Spector era un hombre joven y gentil con una barba negra y ojos negros como rayos Roentgen. Él parecía tomar nuestras eventuales fallas morales por hecho y, tal vez como resultado, favorecía la discusión amena sobre el reproche o la condenación. Yo disfruté nuestras discusiones, manteniéndome siempre perfectamente alejado de los temas que surgían. Yo era, en aquel entonces, un terrible mentiroso, y muchas veces había robado goma de mascar y tarjetas de beisbol del vecindario. Nada de eso tenía algo que ver con el Sr. Spector o los casos que estudiábamos en Ética Judía. Todos los niños de nueve años son sofistas e hipócritas; descubrí que no me era más difícil reprimir mi propia conducta que cualquier otro niño en juzgar medidamente a la raza humana.

La única vez en que sentí que mi alma estaba en peligro fue cuando el Sr. Spector soltó el problema ético del escapismo, particularmente su experiencia en la forma de comics. Ese día, empezamos con una simple historia de un niño que amaba tanto a Superman que se ató una toalla roja al cuello, trepó al techo de su casa y con un grito de “Up, up and away,” saltó a su muerte. El Sr. Spector nos informó que esa historia era real – al menos existió un niño, tan enamorado y tan traicionado al sueño falso de Superman que lo mató.

La lección explícita fue que lo que encontramos entre las cubiertas de un comic es fantasía, y “fantasía” significa mentiras bonitas, el consumo de este falla por lo tanto en prepararnos para lo que yace afuera de estas portadas. La fantasía nos imposibilita encarar la “realidad” y su pavimento duro. La fantasía te traiciona, y entonces, por implicación, tus deseos, tus sueños y añoranzas, todo lo que llevabas en tu cabeza que solo tú y Superman y Elliot S! Magin  podían entender – todo esto te traicionaría, también. También habían otros argumentos que hacer, sobre la culpabilidad de los que producían estos productos, lo vendían a los menores, o les permitían a los niños llevarlos dentro de la casa.
 
Estos argumentos no tenían mayor efecto en mí, un niño que consumía docenas de comics en una semana, todos ellos proveídos felizmente por su (aparentemente villano) padre. Por supuesto, puede que no haya estado preparado para la realidad pero, sin embargo, si alguna vez me había de encontrar en la ciudad embotellada de Kandor, bajo la campana de la Fortaleza de la Soledad, sabría diferenciar al doble Kryptoniano de Superman (Van-Zee) con el de Clark Kent (Vol-Don).
Pero más que esto, lo que sí tuvo un impacto en mi persona con la fuerza de un golpe, fue el reconocimiento, un reconocimiento profundo y moral de lo implícito, la premisa secreta del comportamiento del niño en su techo. Porque ese niño tonto no había sido maldecido por el poder engañoso de los comics, los cuales al fin y al cabo solo son un grupo de hojas, grapas y tinta, y no pueden herir a nadie. Ese niño había muerto por el silogismo irresistible de la capa y el símbolo de Superman.
 
Michael Chabon. The New Yorker. 2008.


miércoles, 2 de noviembre de 2011