viernes, 24 de enero de 2014

Superman: Kryptonita. Incluso el acero puede romperse

 


 
De entre todas las narraciones míticas que acompañan al hombre desde la antigüedad, el relato del héroe divino como manifestación de la creencia en un “más allá”, entendido este como la superación de lo meramente humano e incluso de lo  real, es quizás la que muestra una mayor fragilidad en nuestro tiempo, amedrentado por una necesidad de imperfección que sitúe incluso nuestros sueños como una pantalla-espejo que nos devuelva una imagen terrena, alejada de imposibles. Ya en la tradición cristiana podemos observar este componente humano de los dioses, que ya no admitimos demasiado elevados y morfológicamente irreales como en Egipto, ni siquiera bajo el halo de antropomórfica blancura estatuaria de la mitología griega. El cristianismo vuelve a dios carne, y le proporciona un cuerpo sufriente, física y moralmente, cuyas dudas frente a su propia divinidad empatizan con las nuestras.

Superman:  Kryptonita,  la obra de Darwyn  Cooke y Tim Sale, ahonda en esta vertiente humanizadora respecto al hombre de acero, personaje  que desde su creación a alternado, siendo una de sus constantes más perdurables, un lado humano y uno divino bajo la nomenclatura de sus nombres terráqueo y kryptoniano,  en Superman sin embargo parece querer relucir siempre una aura de perfección ideológica  y física que utiliza lo humano solo como coartada para esconder dicha excelencia, de forma que, como sugiriera Quentin Tarantino en Kill Bill, Clark Kent pareciese una proyección menguada con la que Superman identificaría a lo humano. En el presente libro sin embargo esta posición se tambalea ofreciéndonos a un Superman temeroso como cualquier ser corriente, contándonos una historia primeriza, en la que Kal El aun no conoce el límite de su poder  y por ende de su invulnerabilidad, resultando un superhéroe amateur que teme y sufre de una forma aparentemente injustificada, al menos hasta que la historia se transforma en la de su primer contacto con ese mineral tóxico proveniente del espacio llamado Kryptonita, o lo que es lo mismo, su propia medida del sufrimiento y la mortalidad.
Debemos retrotraernos varias décadas atrás para encontrar como Superman, que ya escondía en el relato de su origen una raíz judeocristiana, devino en símbolo de divinidad al hacerse cada vez más poderoso e invulnerable,  y, paralelamente, más consistente su moral (condensada en la encarnación perfecta de los valores norteamericanos de verdad y justicia, acompañados de una, a veces,  ridícula nobleza con respecto a los demás seres vivos),  es conocido que este devenir en dios originó muchos problemas a sus guionistas, que difícilmente podían poner en apuros a alguien omnipotente, lo que condujo por sí mismo a la búsqueda de algún elemento que pudiese ponerlo en jaque, al menos en cuanto al exageradísimo nivel de sus cualidades físicas. Así primero fue el Metal K, autentico precedente de la Kryptonita ideado por Jerry Siegle para un ejemplar de Action Comics en  que el hombre de acero perdía sus poderes. Sin embargo aquella historia, de importantísima trascendencia en el devenir del personaje pues también desvelaba la identidad secreta de Clark Kent a su compañera y amor Lois Lane, nunca fue publicada, en lo que constituye el primer ejemplo práctico de las reticencias editoriales que obligaban a Superman a permanecer en un status quo permanente, como bien explico Umberto Eco en su obra Apocalípticos  e integrados. Sin embargo la necesidad de hacer a Superman vulnerable permaneció y encendía la imaginación de unos guionistas que quizás ya intuían que un ser de excesivo poder difícilmente podría mantener la identificación de los lectores. Necesitaban algo que hiciese a Superman parecer uno de nosotros y la respuesta, como muchas otras en aquel tiempo, llegó desde la radio.
La primera aparición de la kryptonita tuvo lugar en el serial radiofónico que desde 1940 se emitía en los Estados Unidos llevando las aventuras de Superman a los hogares de todo el país, fue solo una de las muchas innovaciones que desde las ondas influenciaron a los comics (en un trasvase entre medios que hoy día haría gritar a mas de un fan del personaje),  y sin embargo esta nuevo elemento no sería explotado convenientemente hasta la célebre etapa de Mort Weisinger al cargo de todas las colecciones del hombre del mañana, algo que por otro lado no es de extrañar a la luz de la peculiar personalidad del que, aun hoy, es el editor más longevo de la historia de las publicaciones sobre Superman, y que se caracterizó por una intensa relación amor-odio hacia un personaje  que mantuvo en lo más alto de su popularidad durante décadas pero al que hizo sufrir como ningún otro editor antes. En sus manos el último hijo de krypton dejo de serlo para convertirse en saco de boxeo y proyección sadomasoquista de los instintos mas violentos de Weisinger, que no harto de ridiculizarlo en portadas e historias imposibles, se esmeró en hacer de la kryptonita el talón de Aquiles por excelencia de Superman. No cabe duda que el mineral alienígena llegó a las mas mortales manos, las de aquel que representaría la traslación radical de nuestros ocultos deseos sádicos de acabar con todo índice de perfección. En manos de Weisinger y su patológico deseo de bajar a nuestro héroe de los altares, la Kryptonita terminaría convirtiéndose en la peor pesadilla de Superman ,  además de por su uso y abuso, en cliché y recurso narrativo en exceso fácil.
Primera aparicón de la Kryptonita, cuando aun siquiera tnía un color definido, en Superman 61 (1949)

Puede parecer extraño que décadas después un escritor como Darwin Cooke  afronte el reto de escribir una historia atemporal enfocándola en un elemento tan sobreexplotado , pero también resulta obvio la dificultad de enfocar el relato en el lado mas humano de Superman  sin atender a su mortalidad,  lo que derivaría a la lógica de centrar esta historia  en la Kryptonita y en las primeras experiencias de nuestro héroe con una roca (algo inanimado, muerto en sí mismo) que le enfrenta a sus primera verdadera sensación de muerte. Pero más allá  de esta  interesante  elección por mostrarnos la primera historia del mineral letal, Superman Kryptonita goza, en un primer nivel, de completo acierto narrativo al construir con eficacia una mezcla atractiva de relato noir y de ciencia ficción, haciendo confluir los elementos humanos necesarios para desarrollar un héroe igualmente terreno pero compaginándolo con el misterio procedente del espacio, el elemento radiactivo necesario para “rematar” a Superman en esa humanidad. Cooke construye una historia de personajes centrada por un lado en el equipo del Planet, estupendamente caracterizado, y por otro en los caracteres nuevos: un despiadado hombre de negocios instalado en Las Vegas que haría temblar a cualquier gánster de Scorssese , y una misteriosa voz en off que introducen paginas y paginas de intriga  en las que veremos atrapados a los clásicos Jimmy Olsen, Lois Lane y al omnipresente  Lex Luthor, en esta ocasión  quizás la más plana de todas las personalidades.  Todos estos protagonistas están tan bien integrado en la historia que esta parece desarrollarse a partir de ellos, una brillante caracterización a la que contribuye muchísimo, como no podía ser de otra forma, el arte de Tim Sale, su inconfundible estilo cartoon, que eleva una ambientación de por si  clásica ofreciéndonos un Planet arquetípico plagado de  sombreros, trajes y tirantes, con un Perry White terrorífico y un Clark/Kal de imponente presencia física y humanizado semblante. Estos elementos propios del cine clásico norteamericano confluyen, como ya apuntamos,  con otros de ciencia ficción, nada extraños en una historia de Superman, pero que son desplazados a un segundo lugar para ir desgranándose lentamente hasta el estallido final, con sorpresa incluida.
En este ambiente tan sugerente,  muy en la línea de las primeras historias de Siegle y Shuster plagadas de matones, robos y ajustes de cuentas, Cooke va a mostrarnos un Superman temeroso (nunca cobarde) incluso antes de que el mineral verde aparezca en escena. Incapaz de calibrar aun su grado de invulnerabilidad, el hombre de acero teme por su vida en cada nuevo enfrentamiento, en cada nueva prueba,  sus temores sin embargo se desvanecen una y otra vez enterrados en su cuerpo indestructible,  y de cada reto solo resulta  (amen de una terrorífica sensación de ansiedad difícilmente relacionable con el ser omnipotente que conocíamos en la edad de plata)  la evidencia de su  excepcionalidad, una incuestionable diferencia  biológica que  va alejándolo paulatinamente de la humanidad, convirtiéndolo en un ser solitario incluso en el mundo donde se ha criado.
La Kryptonita sin embargo (de forma nunca antes explorada)  romperá este sentimiento de soledad, imponiéndose como peligro real y arrojando una capa de mortalidad sobre su inquebrantable figura. Será aquí donde Superman se hará de carne y hueso y abrazará  su nueva situación con incertidumbre pero también con sincera felicidad, como si al igual que el lector consigue por fin encontrar en este nuevo elemento desestabilizador un lazo de unión mas fuerte con el hombre de acero, el propio personaje de papel experimentase esa empatía, pudiéndose sentir al fin tan humano como la gente que ama y por la que se sacrifica cada día.
Llegados a este punto nos detendremos en quien mejor ejemplifica ambas cosas, Lois Lane:  caracterizada brillantemente por Tim Sale en una de las mejores versiones del personaje jamás dibujada, ella es el otro gran elemento de la historia , inmersa en cada uno de los acontecimientos del relato, ella es la Kryptonita antes de la Kryptonita, como siempre fue, antes de la radio o de Weisinger, antes del metal K, el elemento que pone y pondrá en jaque siempre a Superman  en una derrota emocional que no tiende atisbos de felicidad. Si la Kryptonita hace sufrir al heroe hasta proveerle de una reconfortante sentimiento vulnerable, su imposible relación con Lois Lane lo inunda de la desesperanza que acompaña habitualmente las frágiles relaciones humanas.

Superman Kryptonita es un brillante relato que consigue trenzar en una historia sencilla un contenido valioso, trascendente y acorde con una época que necesita de milagros nunca demasiado inalcanzables, que precisa sentir humanos a sus héroes. una historia que consigue bajar del cielo a Superman sin necesidad de hundirlo en el fango de la violencia exacerbada o el trauma psíquico, solo utilizando elementos a priori trillados que aquí vibran de forma sutilmente diferente, recordándonos que la mitología del hombre de acero, en buenas manos, es inagotable, y que a pesar de su condición cuasidivina Superman puede ser, por el mero hecho de encontrarse inserto en nuestro mundo, porque su excepcionalidad habita rodeada de las mas comunes emociones (el odio de weisinger, el amor de Lois…), tan frágil como cualquier ser humano.
 
David Mayo

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