De entre todas las narraciones míticas que acompañan
al hombre desde la antigüedad, el relato del héroe divino como manifestación de
la creencia en un “más allá”, entendido
este como la superación de lo meramente humano e incluso de lo real, es quizás la que muestra una mayor
fragilidad en nuestro tiempo, amedrentado por una necesidad de imperfección que
sitúe incluso nuestros sueños como una pantalla-espejo que nos devuelva una
imagen terrena, alejada de imposibles. Ya en la tradición cristiana podemos
observar este componente humano de los dioses, que ya no admitimos demasiado
elevados y morfológicamente irreales como en Egipto, ni siquiera bajo el halo
de antropomórfica blancura estatuaria de la mitología griega. El cristianismo
vuelve a dios carne, y le proporciona un cuerpo sufriente, física y moralmente,
cuyas dudas frente a su propia divinidad empatizan con las nuestras.
Superman:
Kryptonita, la obra de Darwyn Cooke y Tim Sale, ahonda en esta vertiente
humanizadora respecto al hombre de acero, personaje que desde su creación a alternado, siendo una
de sus constantes más perdurables, un lado humano y uno divino bajo la nomenclatura
de sus nombres terráqueo y kryptoniano, en Superman sin embargo parece querer relucir
siempre una aura de perfección ideológica
y física que utiliza lo humano solo como coartada para esconder dicha
excelencia, de forma que, como sugiriera Quentin Tarantino en Kill Bill, Clark
Kent pareciese una proyección menguada con la que Superman identificaría a lo
humano. En el presente libro sin embargo esta posición se tambalea ofreciéndonos
a un Superman temeroso como cualquier ser corriente, contándonos una historia
primeriza, en la que Kal El aun no conoce el límite de su poder y por ende de su invulnerabilidad, resultando
un superhéroe amateur que teme y sufre de una forma aparentemente injustificada,
al menos hasta que la historia se transforma en la de su primer contacto con
ese mineral tóxico proveniente del espacio llamado Kryptonita, o lo que es lo
mismo, su propia medida del sufrimiento y la mortalidad.
Debemos retrotraernos varias décadas atrás para
encontrar como Superman, que ya escondía en el relato de su origen una raíz
judeocristiana, devino en símbolo de divinidad al hacerse cada vez más poderoso
e invulnerable, y, paralelamente, más consistente
su moral (condensada en la encarnación perfecta de los valores norteamericanos
de verdad y justicia, acompañados de una, a veces, ridícula nobleza con respecto a los demás seres
vivos), es conocido que este devenir en
dios originó muchos problemas a sus guionistas, que difícilmente podían poner
en apuros a alguien omnipotente, lo que condujo por sí mismo a la búsqueda de
algún elemento que pudiese ponerlo en jaque, al menos en cuanto al
exageradísimo nivel de sus cualidades físicas. Así primero fue el Metal K,
autentico precedente de la Kryptonita ideado por Jerry Siegle para un ejemplar
de Action Comics en que el hombre de
acero perdía sus poderes. Sin embargo aquella historia, de importantísima trascendencia
en el devenir del personaje pues también desvelaba la identidad secreta de
Clark Kent a su compañera y amor Lois Lane, nunca fue publicada, en lo que
constituye el primer ejemplo práctico de las reticencias editoriales que
obligaban a Superman a permanecer en un status quo permanente, como bien
explico Umberto Eco en su obra Apocalípticos e integrados. Sin embargo la necesidad de
hacer a Superman vulnerable permaneció y encendía la imaginación de unos
guionistas que quizás ya intuían que un ser de excesivo poder difícilmente podría
mantener la identificación de los lectores. Necesitaban algo que hiciese a Superman
parecer uno de nosotros y la respuesta, como muchas otras en aquel tiempo,
llegó desde la radio.
La primera aparición de la kryptonita tuvo lugar en
el serial radiofónico que desde 1940 se emitía en los Estados Unidos llevando
las aventuras de Superman a los hogares de todo el país, fue solo una de las
muchas innovaciones que desde las ondas influenciaron a los comics (en un
trasvase entre medios que hoy día haría gritar a mas de un fan del
personaje), y sin embargo esta nuevo
elemento no sería explotado convenientemente hasta la célebre etapa de Mort
Weisinger al cargo de todas las colecciones del hombre del mañana, algo que por
otro lado no es de extrañar a la luz de la peculiar personalidad del que, aun
hoy, es el editor más longevo de la historia de las publicaciones sobre Superman,
y que se caracterizó por una intensa relación amor-odio hacia un personaje que mantuvo en lo más alto de su popularidad
durante décadas pero al que hizo sufrir como ningún otro editor antes. En sus
manos el último hijo de krypton dejo de serlo para convertirse en saco de boxeo
y proyección sadomasoquista de los instintos mas violentos de Weisinger, que no
harto de ridiculizarlo en portadas e historias imposibles, se esmeró en hacer
de la kryptonita el talón de Aquiles por excelencia de Superman. No cabe duda
que el mineral alienígena llegó a las mas mortales manos, las de aquel que
representaría la traslación radical de nuestros ocultos deseos sádicos de
acabar con todo índice de perfección. En manos de Weisinger y su patológico
deseo de bajar a nuestro héroe de los altares, la Kryptonita terminaría convirtiéndose
en la peor pesadilla de Superman , además
de por su uso y abuso, en cliché y recurso narrativo en exceso fácil.
Primera aparicón de la Kryptonita, cuando aun siquiera tnía un color definido, en Superman 61 (1949)
Puede parecer extraño que décadas después un
escritor como Darwin Cooke afronte el
reto de escribir una historia atemporal enfocándola en un elemento tan sobreexplotado
, pero también resulta obvio la dificultad de enfocar el relato en el lado mas
humano de Superman sin atender a su
mortalidad, lo que derivaría a la lógica
de centrar esta historia en la Kryptonita
y en las primeras experiencias de nuestro héroe con una roca (algo inanimado,
muerto en sí mismo) que le enfrenta a sus primera verdadera sensación de
muerte. Pero más allá
de esta interesante elección por mostrarnos la primera historia
del mineral letal, Superman Kryptonita
goza, en un primer nivel, de completo acierto narrativo al construir con
eficacia una mezcla atractiva de relato noir y de ciencia ficción, haciendo
confluir los elementos humanos necesarios para desarrollar un héroe igualmente
terreno pero compaginándolo con el misterio procedente del espacio, el elemento
radiactivo necesario para “rematar” a Superman en esa humanidad. Cooke construye
una historia de personajes centrada por un lado en el equipo del Planet,
estupendamente caracterizado, y por otro en los caracteres nuevos: un
despiadado hombre de negocios instalado en Las Vegas que haría temblar a cualquier
gánster de Scorssese , y una misteriosa voz en off que introducen paginas y paginas
de intriga en las que veremos atrapados
a los clásicos Jimmy Olsen, Lois Lane y al omnipresente Lex Luthor, en esta ocasión quizás la más plana de todas las
personalidades. Todos estos protagonistas
están tan bien integrado en la historia que esta parece desarrollarse a partir
de ellos, una brillante caracterización a la que contribuye muchísimo, como no
podía ser de otra forma, el arte de Tim Sale, su inconfundible estilo cartoon,
que eleva una ambientación de por si clásica ofreciéndonos un Planet arquetípico
plagado de sombreros, trajes y tirantes,
con un Perry White terrorífico y un Clark/Kal de imponente presencia física y
humanizado semblante. Estos elementos propios del cine clásico norteamericano
confluyen, como ya apuntamos, con otros
de ciencia ficción, nada extraños en una historia de Superman, pero que son
desplazados a un segundo lugar para ir desgranándose lentamente hasta el
estallido final, con sorpresa incluida.
En este ambiente tan sugerente, muy en la línea de las primeras historias de Siegle
y Shuster plagadas de matones, robos y ajustes de cuentas, Cooke va a
mostrarnos un Superman temeroso (nunca cobarde) incluso antes de que el mineral
verde aparezca en escena. Incapaz de calibrar aun su grado de invulnerabilidad,
el hombre de acero teme por su vida en cada nuevo enfrentamiento, en cada nueva
prueba, sus temores sin embargo se
desvanecen una y otra vez enterrados en su cuerpo indestructible, y de cada reto solo resulta (amen de una terrorífica sensación de ansiedad
difícilmente relacionable con el ser omnipotente que conocíamos en la edad de
plata) la evidencia de su excepcionalidad, una incuestionable
diferencia biológica que va alejándolo paulatinamente de la humanidad,
convirtiéndolo en un ser solitario incluso en el mundo donde se ha criado.
La Kryptonita sin embargo (de forma nunca antes
explorada) romperá este sentimiento de
soledad, imponiéndose como peligro real y arrojando una capa de mortalidad
sobre su inquebrantable figura. Será aquí donde Superman se hará de carne y
hueso y abrazará su nueva situación con
incertidumbre pero también con sincera felicidad, como si al igual que el
lector consigue por fin encontrar en este nuevo elemento desestabilizador un
lazo de unión mas fuerte con el hombre de acero, el propio personaje de papel
experimentase esa empatía, pudiéndose sentir al fin tan humano como la gente
que ama y por la que se sacrifica cada día.
Llegados a este punto nos detendremos en quien mejor
ejemplifica ambas cosas, Lois Lane: caracterizada
brillantemente por Tim Sale en una de las mejores versiones del personaje jamás
dibujada, ella es el otro gran elemento de la historia , inmersa en cada uno de
los acontecimientos del relato, ella es la Kryptonita antes de la Kryptonita,
como siempre fue, antes de la radio o de Weisinger, antes del metal K, el
elemento que pone y pondrá en jaque siempre a Superman en una derrota emocional que no tiende atisbos
de felicidad. Si la Kryptonita hace sufrir al heroe hasta proveerle de una
reconfortante sentimiento vulnerable, su imposible relación con Lois Lane lo
inunda de la desesperanza que acompaña habitualmente las frágiles relaciones
humanas.
Superman Kryptonita es un brillante relato que
consigue trenzar en una historia sencilla un contenido valioso, trascendente y
acorde con una época que necesita de milagros nunca demasiado inalcanzables,
que precisa sentir humanos a sus héroes. una historia que consigue bajar del
cielo a Superman sin necesidad de hundirlo en el fango de la violencia
exacerbada o el trauma psíquico, solo utilizando elementos a priori trillados
que aquí vibran de forma sutilmente diferente, recordándonos que la mitología
del hombre de acero, en buenas manos, es inagotable, y que a pesar de su condición
cuasidivina Superman puede ser, por el mero hecho de encontrarse inserto en
nuestro mundo, porque su excepcionalidad habita rodeada de las mas comunes
emociones (el odio de weisinger, el amor de Lois…), tan frágil como cualquier
ser humano.
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