Es conocida la anécdota de como cuando Conan Doyle mató a
Sherlock Holmes y al profesor Moriarty
en al último relato de las Memorias de Sherlock Holmes,
titulado El problema
final, un aluvión de cartas repletas de lamentos y quejas
inundó al pobre escritor incapaz de quitarse a su mas icónico personaje de
encima, Doyle trajo de nuevo a Holmes a escena, pero Moriarty quedó muerto y
enterrado y los ánimos del público volvieron a su cauce como si la perdida del
villano nunca fuese tan importante como la del héroe. A pesar incluso de que en
este caso el villano fuera su complemento ideal, un personaje construido
específicamente para ser su rival, posiblemente el primer archienemigo de la
literatura moderna.
Lex Luthor como todo longevo personaje ha experimentado una
evolución muy marcada en su trayectoria hasta parecerse cada vez mas a Moriarty,
no solo en su papel de enemigo indiscutible del héroe del relato, sino en sus
formas de hacer el mal cada vez más proclives al subterfugio y el engaño que a la
acción directa. La reformulación que del villano hizo John Byrne en 1986 lo
alejó de su concepción primera como científico loco capaz de desarrollar ingeniosos y terroríficos artilugios para
destruir a Superman y conquistar el mundo, imbuido entonces de toda la imaginería
de una época marcada por los desarrollos tecnológicos y químicos militares y que se radicalizaría a partir de
los años 50 y su obsesión por el la ciencia ficción, su miedo a la tecnología
propiciado por la guerra fría y su apocalíptica y silenciosa dimensión. Byrne lo
situaría convenientemente lejos de aquella fantasía estereotipada con el tiempo,
transfigurándolo en un empresario sin escrúpulos obsesionado con ser la
personalidad más importante y brillante de Metrópolis, un ego desmesurado y
ambicioso mucho más acorde con el prototipo de multimillonario celebre a lo
Donald Trump, mas real y acorde con las personalidades que verdaderamente
parecen querer desestabilizar el bienestar social de las masas en función de
sus exclusivos privilegios. Luthor se
volvió más complejo en sus motivaciones, y menos proactivo, llegando a ser un manipulador villano en la sombra similar en
su capacidad de tejer hilos invisibles en su favor al enemigo principal de
Holmes.
Sin embargo a pesar de esta coincidencia de un ego hipertrofiado,
la profunda enemistad de Luthor hacia
Kal El no esconde solo las motivaciones filántropas de Moriarty y a menudo se nos muestra como un personaje
xenófobo e incapaz de aceptar cualquier invasión del status quo económico-social,
o lo que es lo mismo, como el verdadero defensor del American Way of Life. La fijación que el dueño de LexCorp
muestra hacia su enemigo, más allá de la apremiante urgencia de reto constante
que caracteriza al hombre poderoso o la necesidad narcisista de situarse sobre
todo ser (humano o alienígena), roza la obsesión compulsiva que, camuflada en
un frio y distante comportamiento y aseverada por una crueldad inhusitada,
choca, por su irracionalidad, con el brillante intelecto que habitualmente muestra.
A Lex Luthor se le ha permitido seguir cambiando, mas recientemente hemos podido ver como de
nuevo volvía a ser aquel científico brillante aunque manteniendo muchos de los
rasgos psicológicos y estratégicos que lo caracterizaron como director corporativo,
aunando en definitiva los pilares del éxito contemporáneo: dinero, poder,
influencia y la capacidad cientificotecnológica de predecir y producir el
futuro. Pero Lex Luthor no está destinado a desaparecer (al menos no
permanentemente como Moriarty en la producción novelística de Doyle) porque de
alguna forma los villanos se han convertido dentro de la ambigüedad moral postmoderna
y su necesida de conflicto irresoluble, de acción y reacción sin avance, de
relato suspendido en el eterno presente, en algo tan indispensable y atractivo
(al fantástico film El Protegido me
remito) como los propios héroes. En el
caso de Luthor, el más humano de los supervillanos, su atractivo reside en el reflejo de nuestra necesidad de
poder sobre el Otro (el Otro que el Yo repele como rechazo a la diferencia,
el Otro que el Yo anhela por incluir lo que no se posee) y los
oscuros mecanismos que sostienen esa necesidad.
En Lex Luthor (ECC, 2014) Brian Azarrello nos ofrece una historia cargada,
como es habitual en su oscuro y sofisticado trabajo, de tintes negros, siempre
bajo la inestimable apoyo de su mejor colaborador, el expresivo dibujante Lee
Bermejo, y consigue una caracterización brillante del mítico villano a través
de una narración en primera persona que nos muestra el mundo, a los seres
humanos y a un extraño visitante
Kryptoniano, bajo su inquisitiva mirada. Azarello muestra a un hombre de negocios
brillante, frio en su forma de pensar y actuar, sosegado hasta un nivel que
solo muestra el convencimiento en las propias ideas, aunque simpático y agradable en su trato hacia
los demás, capaz de hacer actos verdaderamente bondadosos a veces aunque para
ello deba cometer a la vez otros terribles, una indistinción entre lo bueno y
lo malo que deja entrever las primeras capas de narcisismo sobre su figura,
situada como la de aquellos personajes de la tragedia griega por encima de
cualquier moral, un autentico
superhombre nitszcheano en su concepción mas purista, cuya doctrina debe ser escuchada y atendida
para el bien de la comunidad global, un salvador que no obedece a designios
superiores, autoproclamado Prometeo destinado a robar el poder a dios. Lex Luthor explora esta concepción del malo que no
parece tan malo, ofrece una mirada atractiva a la vez que retorcida de un personaje
que simplemente se rige por el axioma inquebrantable de que el fin justifica
los medios, y su papel como archienemigo
de Superman parece reducirse, en su maquiavélica mente, al de un Superyó rígido
destinado a controlar al Ello desbocado que, volando en mallas de colores,
pretende sostener nuestra segurida en fantasías imposibles. Su finalidad es
destruir al alienígena venido de Krypton, si no físicamente, al menos en su
categoría de símbolo, de falso ídolo para la humanidad, sin importar que se
pierda en el camino. Lex, para Lex, es solo el verdadero salvador de la humaidad.
Una de las virtudes del mejor Azarello es su capacidad de
mantener la atención del lector cediendo el protagonismo de la acción, aquí muy condensada, frente a la narración, vertebrada
en esta ocasión por el tono reflexivo de los monólogos interiores de Luthor y sus embaucadoras conversaciones, algo
especialmente atrayente en el capítulo que dedica a la sugerente reunión en las
altas finanzas con un compañero y rival de negocios llamado Bruce Wayne. El
encuentro de estas dos mentes consigue mostrarnos una de las virtudes de Luthor
como villano, su transparencia, que aquí se vuelve diáfana, cerebral, frente a
la pose continua que presenta el rol de multimillonario que Wayne adopta cuando
no es el justiciero nocturno de las calles de Gotham. Por un lado tenemos la
esquizofrenia violenta de Batman que ahoga su parte humana en los formulismos mecánicos
del hombre de negocios o del playboy descarado, alejado totalmente de su
compleja identidad surgida del miedo y el horror, del sangriento reguero de
sangre en el callejón nocturno de su mente
violentada en la infancia. Por otro la mente de Luthor es siempre igual de fría
y su pose no existe, el calculador hombre
de negocios es el calculador niño que mató a sus padres para cobrar una póliza
de seguros, y ambos se muestran bajo el
mismo limpio y cristalino rostro. Para Luthor la pose de Wayne resulta
desagradablemente repleta de clichés, y sin embargo también logramos intuir en
esta dialéctica de egos que el verdadero Wayne, aquel que se oculta bajo el
oscuro manto del murciélago, se parece mas a Luthor en motivaciones y estrategias
de lo que se atrevería a admitir, ese es
el sino del antihéroe, caminar en la fina línea que separa la épica heroicidad
de la inevitable villanía.
Lo que más cautiva de las páginas de Lex Luthor es la complejidad con que nos presentan, siempre sutilmente y huyendo lógicamente del
enfrentamiento directo, la dialéctica
entre Luthor y Superman, o mas bien la
forma en que Lex entiende a su partenaire. Una relación de poder en todas las
esferas, conscientes e inconscientes, mucho mas sutil que la clásica relación de
espejo entre el Joker y Batman. Azarello consigue algo muy impresionante en
este libro, a partir del gélido rostro de Luthor y casi sin que lo percibamos sugiere ciertas parcelas contradictorias en la
compleja psique de su protagonista que quizás justifiquen, dentro de una mente
por lo demás serena y brillante, una patológica
e innecesaria obsesión con Superman. Una obsesión basada en la necesidad de control y poder de un Yo habituado a
conquistarlo todo. Bajo la mirada de Luthor el hombre de acero se muestra como
un ser totémico, silencioso e impenetrable, con una mirada que parece querer
estallar en llamas y consumirlo todo. Para el malvado multimillonario, como posiblemente
para cada uno de nosotros si viviéramos una visita extraterrestre, Kal El es
una amenaza para la integridad e incluso la supervivencia del ser humano,
Luthor representa esa parte de nosotros que siempre rechazará a Copérnico en
pos de ser centro del universo y juzga a Superman como el recordatorio insoportable de
lo poco que somos, o lo que sería lo mismo, como a un ser castrador de potencialidad abusiva que lleva al resquebrajamiento
de nuestro ego. Azarello comienza la narración centrando la mirada en el
altísimo edificio que está construyendo el influyente empresario, una catedral
que, mas allá de funcionar como símbolo fálico, es
explícitamente su forma de poder habitar el cielo y mirar por un lado cara a
cara a su enemigo en los aires, y por otro a los demás seres humanos desde el
aire como hace su enemigo. Lo más fascinante es que podemos atisbar como estos
pequeños detalles de empatía con Kal El revelan cierta atracción hacia él, algo
que podríamos afirmar, no obstante, sobre cualquier dupla de antagonistas.
Lex Luthor es
ante todo una narración sobre el deseo castrante por el superhombre.
Nos encontramos indudablemente ante una obra de connotaciones sexuales. Tenemos ahí desde el comienzo a
Mona, ayudante, empleada y quien sabe cuánto
mas de Luthor. Mona parece una
depredadora sexual, el deseo carnal de cualquier hombre, y estando prendada del empresario para él resulta poco mas que un juguete ante el que
se muestra imperturbable la mayor parte de las veces. Sin embargo este
personaje resulta revelador sobre las auténticas debilidades de su jefe y
amante en uno de los diálogos que mantiene con él cuando afirma que de joven, como todas las mujeres,
estuvo enamorada de Superman. Ante esto Luthor expresa rápida (y repetidamente a lo largo de toda la historia) que Superman
no es humano: una letanía destinada a tratar de fortalecer un Yo devaluado en
su masculinidad ante el portento físico de su rival. Aquí vemos como mas allá de que le moleste la
idealización excesiva del hombre de
acero, Luthor muestra una inseguridad viril respecto al kryptoniano, que,
quizás camuflada inconscientemente de xenofobia (sentimiento que ha recorrido
largamente la historia de ambos personajes hasta la última recreación de Grant
Morrison), oculta un sentimiento de inferioridad, propio aunque
proyectado en toda la humanidad.
Esta hipótesis se hace más palpable aun con la aparición dentro del
relato de Hope, un androide femenino con superpoderes creado por Luthor para encarnar su sueño de una humanidad sin límites, y en el que
sorprendentemente encontramos la gran contradicción, el mayor (auto)engaño
del villano, una prueba de cómo sus actos no se corresponden con sus palabras.
Hope es artificial, menos humana aun que Superman, y es sin duda la confirmación
de como el villano es capaz incluso de sacrificar sus propios sueños
reivindicativos. Su discurso sobre la salvación de la humanidad frente a la invasión de lo que no es humano queda en evidencia frente al anhelo de poseer a Superman
(o lo que Superman posee) al menos simbólicamente, arrebatándole su puesto como
defensor de Metrópolis, mintiendo al pueblo, haciéndole creer que la humanidad puede ser mas delo que es, que puede ser Super.
En estas circunstancias se hace especialmente inquietante que
Azarello nos muestre el interés romántico que Luthor manifiesta por su creación, a quien sin duda ha
programado para que experimente sentimientos similares hacia él. El implacable
hombre de negocios acaba siendo una mezcla de padre (siempre el auténtico jefe,
el verdadero Superyo) y amante de un androide con profundo complejo de Electra
que restituye su libido, su puesto TOP en la ciudad. Lo que quizás Azarello trata de decirnos es
que el odio de Luthor hacia Superman es un complejo mecanismo de defensa para
restablecer un self castrado ante la
superioridad de una figura divina por la que se siente irremediablemente atraído y fascinado (como
cada uno de nosotros, aunque no hayamos leído un comic en nuestra vida), una
atracción resuelta en rechazo consecuencia del frustrante anhelo por lo que no se puede poseer, un
profundo complejo psicológico como única plausible explicación de que, durante
décadas y en cada época, una mente tan
genial, un hombre desmesuradamente rico
en todos los aspectos, se haya entregado a la obsesión compulsiva e irracional
de acosar incansablemente a un solo ser, a competirlo hasta el punto de llegar
a hacer el amor a una maquina solo porque puede volar. Toda necesidad de poder y autoridad sobre el
Otro esconde un narcisismo patológico que incita a situarlo como inferior, pero
aquí, en la competición continua, Superman nunca se muestra ni se mostrará como
tal, esa es su condición totémica y simbólica, la invencibilidad. “Nunca
conseguiré vencerle” será otra de las letanías recurrentes de Luthor, que en
esta ocasión también quiere decirnos que nunca dejará de intentarlo. En su
dinámica habitual Lex siempre se ha considerado, gracias a su intelecto, el
único igual de Superman, querer compartir esa igualdad, ese parecido empático
hasta lo íntimo es al final el anhelo de todo Yo respecto a la alteridad.
Incapaz de aceptar semejante condición Luthor hará explotar su imponente torre
y sus planes se vendrán finalmente abajo como siempre, de nuevo una (auto)castración que parece ser el destino de todo supervillano, una conquista
nunca satisfecha como medio para perpetuar el único conflicto capaz de
restituir, una, otra y otra vez, su self en el mundo, el conflicto con el único
ser a quien necesita constantemente, su enemigo.
Bajo la mirada reflexiva de Luthor, Superman es un ser
silencioso y ténebre, inescrutable y frio, que lo observa de forma acosadora a
través de un cristal, y cabria
preguntarnos si esta imagen obsesiva no esconde la imposibilidad de un contacto
que en realidad se precisa inconscientemente. En las 144 páginas que conforman
esta atractiva historia, Superman, y tan solo como respuesta al grito suplicante de su archienemigo que
ansía oír su voz, pronuncia una única y tajante afirmación: “puedo ver tu alma”,
y en ella comprendemos el miedo mas
profundo pero también el deseo mas perturbador de Lex Luthor: una
necesidad de contacto que se grita a través de la mas profusa maldad.
David Mayo
David Mayo