miércoles, 5 de febrero de 2014

Lex Luthor de Brian Azarello y Lee Bermejo: los que se pelean se desean.

 

Es conocida la anécdota de como cuando Conan Doyle mató a Sherlock Holmes y al  profesor Moriarty en al último relato de las Memorias de Sherlock Holmes, titulado El problema final, un aluvión de cartas repletas de lamentos y quejas inundó al pobre escritor incapaz de quitarse a su mas icónico personaje de encima, Doyle trajo de nuevo a Holmes a escena, pero Moriarty quedó muerto y enterrado y los ánimos del público volvieron a su cauce como si la perdida del villano nunca fuese tan importante como la del héroe. A pesar incluso de que en este caso el villano fuera su complemento ideal, un personaje construido específicamente para ser su rival, posiblemente el primer archienemigo de la literatura moderna.
 
Lex Luthor como todo longevo personaje ha experimentado una evolución muy marcada en su trayectoria hasta parecerse cada vez mas a Moriarty, no solo en su papel de enemigo indiscutible del héroe del relato, sino en sus formas de hacer el mal cada vez más proclives al subterfugio y el engaño que a la acción directa. La reformulación que del villano hizo John Byrne en 1986 lo alejó de su concepción primera como científico loco capaz de desarrollar  ingeniosos y terroríficos artilugios para destruir a Superman y conquistar el mundo, imbuido entonces de toda la imaginería de una época marcada por los desarrollos tecnológicos y químicos  militares y que se radicalizaría a partir de los años 50 y su obsesión por el la ciencia ficción, su miedo a la tecnología propiciado por la guerra fría y su apocalíptica y silenciosa dimensión. Byrne lo situaría convenientemente lejos de aquella fantasía estereotipada con el tiempo, transfigurándolo en un empresario sin escrúpulos obsesionado con ser la personalidad más importante y brillante de Metrópolis, un ego desmesurado y ambicioso mucho más acorde con el prototipo de multimillonario celebre a lo Donald Trump, mas real y acorde con las personalidades que verdaderamente parecen querer desestabilizar el bienestar social de las masas en función de sus exclusivos privilegios.  Luthor se volvió más complejo en sus motivaciones, y menos proactivo, llegando a ser  un manipulador villano en la sombra similar en su capacidad de tejer hilos invisibles en su favor al enemigo principal de Holmes.
Sin embargo a pesar de esta coincidencia de un ego hipertrofiado,  la profunda enemistad de Luthor hacia Kal El no esconde solo las motivaciones  filántropas de Moriarty  y a menudo se nos muestra como un personaje xenófobo e incapaz de aceptar cualquier invasión del status quo económico-social, o lo que es lo mismo, como el verdadero defensor del American Way of  Life. La fijación que el dueño de LexCorp muestra hacia su enemigo, más allá de la apremiante urgencia de reto constante que caracteriza al hombre poderoso o la necesidad narcisista de situarse sobre todo ser (humano o alienígena), roza la obsesión compulsiva que, camuflada en un frio y distante comportamiento y aseverada por una crueldad inhusitada, choca, por su irracionalidad, con el brillante intelecto que habitualmente muestra. A Lex Luthor se le ha permitido seguir cambiando,  mas recientemente hemos podido ver como de nuevo volvía a ser aquel científico brillante aunque manteniendo muchos de los rasgos psicológicos y estratégicos que lo caracterizaron como director corporativo, aunando en definitiva los pilares del éxito contemporáneo: dinero, poder, influencia y la capacidad cientificotecnológica de predecir y producir el futuro.  Pero Lex Luthor  no está destinado a desaparecer (al menos no permanentemente como Moriarty en la producción novelística de Doyle) porque de alguna forma los villanos se han convertido dentro de la ambigüedad moral postmoderna y su necesida de conflicto irresoluble, de acción y reacción sin avance, de relato suspendido en el eterno presente, en algo tan indispensable y atractivo (al fantástico film El Protegido me remito) como los propios  héroes. En el caso de Luthor, el más humano de los supervillanos, su atractivo reside en el reflejo de nuestra necesidad de poder sobre el Otro (el Otro que el Yo repele como rechazo a la diferencia, el Otro que el Yo anhela por incluir lo que no se posee) y los oscuros mecanismos que sostienen esa necesidad.

En Lex Luthor (ECC, 2014) Brian Azarrello nos ofrece una historia cargada, como es habitual en su oscuro y sofisticado trabajo, de tintes negros, siempre bajo la inestimable apoyo de su mejor colaborador, el expresivo dibujante Lee Bermejo, y consigue una caracterización brillante del mítico villano a través de una narración en primera persona que nos muestra el mundo, a los seres humanos  y a un extraño visitante Kryptoniano, bajo su inquisitiva mirada. Azarello muestra a un hombre de negocios brillante, frio en su forma de pensar y actuar, sosegado hasta un nivel que solo muestra el convencimiento en las propias ideas,  aunque simpático y agradable en su trato hacia los demás, capaz de hacer actos verdaderamente bondadosos a veces aunque para ello deba cometer a la vez otros terribles, una indistinción entre lo bueno y lo malo que deja entrever las primeras capas de narcisismo sobre su figura, situada como la de aquellos personajes de la tragedia griega por encima de cualquier moral,  un autentico superhombre nitszcheano en su concepción mas purista,  cuya doctrina debe ser escuchada y atendida para el bien de la comunidad global, un  salvador que no obedece a designios superiores, autoproclamado Prometeo destinado a robar el poder a dios. Lex Luthor explora esta concepción del malo que no parece tan malo, ofrece una mirada atractiva a la vez que retorcida de un personaje que simplemente se rige por el axioma inquebrantable de que el fin justifica los medios,  y su papel como archienemigo de Superman parece reducirse, en su maquiavélica mente, al de un Superyó rígido destinado a controlar al Ello desbocado que, volando en mallas de colores, pretende sostener nuestra segurida en fantasías imposibles. Su finalidad es destruir al alienígena venido de Krypton, si no físicamente, al menos en su categoría de símbolo, de falso ídolo para la humanidad, sin importar que se pierda en el camino. Lex, para Lex, es solo el verdadero salvador de la humaidad.

Una de las virtudes del mejor Azarello es su capacidad de mantener la atención del lector cediendo el protagonismo de la acción, aquí  muy condensada, frente a la narración, vertebrada en esta ocasión por el tono reflexivo de los monólogos interiores de Luthor  y sus embaucadoras conversaciones, algo especialmente atrayente en el capítulo que dedica a la sugerente reunión en las altas finanzas con un compañero y rival de negocios llamado Bruce Wayne. El encuentro de estas dos mentes consigue mostrarnos una de las virtudes de Luthor como villano, su transparencia, que aquí se vuelve diáfana, cerebral, frente a la pose continua que presenta el rol de multimillonario que Wayne adopta cuando no es el justiciero nocturno de las calles de Gotham. Por un lado tenemos la esquizofrenia violenta de Batman que ahoga su parte humana en los formulismos mecánicos del hombre de negocios o del playboy descarado, alejado totalmente de su compleja identidad surgida del miedo y el horror, del sangriento reguero de sangre en el  callejón nocturno de su mente violentada en la infancia. Por otro la mente de Luthor es siempre igual de fría y  su pose no existe, el calculador hombre de negocios es el calculador niño que mató a sus padres para cobrar una póliza de seguros, y ambos se  muestran bajo el mismo limpio y cristalino rostro. Para Luthor la pose de Wayne resulta desagradablemente repleta de clichés, y sin embargo también logramos intuir en esta dialéctica de egos que el verdadero Wayne, aquel que se oculta bajo el oscuro manto del murciélago, se parece mas a Luthor en motivaciones y estrategias  de lo que se atrevería a admitir, ese es el sino del antihéroe, caminar en la fina línea que separa la épica heroicidad de la inevitable villanía.  

Lo que más cautiva de las páginas de Lex Luthor es la complejidad con que nos presentan,  siempre sutilmente y huyendo lógicamente del enfrentamiento directo,  la dialéctica entre Luthor  y Superman, o mas bien la forma en que Lex entiende a su partenaire. Una relación de poder en todas las esferas, conscientes e inconscientes,  mucho mas sutil que la clásica relación de espejo entre el Joker y Batman. Azarello consigue algo muy impresionante en este libro, a partir del gélido rostro de Luthor y casi sin que lo percibamos  sugiere ciertas parcelas contradictorias en la compleja psique de su protagonista que quizás justifiquen, dentro de una mente por lo demás serena y brillante, una patológica  e innecesaria obsesión con Superman. Una obsesión basada en la necesidad  de control y poder de un Yo habituado a conquistarlo todo. Bajo la mirada de Luthor el hombre de acero se muestra como un ser totémico, silencioso e impenetrable, con una mirada que parece querer estallar en llamas y consumirlo todo. Para el malvado multimillonario, como posiblemente para cada uno de nosotros si viviéramos una visita extraterrestre, Kal El es una amenaza para la integridad e incluso la supervivencia del ser humano, Luthor representa esa parte de nosotros que siempre rechazará a Copérnico en pos de ser centro del universo y juzga a  Superman como el recordatorio insoportable de lo poco que somos, o lo que sería lo mismo, como a un ser castrador  de potencialidad abusiva que lleva al resquebrajamiento de nuestro ego. Azarello comienza la narración centrando la mirada en el altísimo edificio que está construyendo el influyente empresario, una catedral que,  mas allá de  funcionar como símbolo fálico, es explícitamente su forma de poder habitar el cielo y mirar por un lado cara a cara a su enemigo en los aires, y por otro a los demás seres humanos desde el aire como hace su enemigo. Lo más fascinante es que podemos atisbar como estos pequeños detalles de empatía con Kal El revelan cierta atracción hacia él, algo que podríamos afirmar, no obstante, sobre cualquier dupla de antagonistas. Lex Luthor es ante todo una narración sobre el deseo castrante por el superhombre.

Nos encontramos indudablemente ante una obra de connotaciones sexuales. Tenemos ahí desde el comienzo a Mona, ayudante, empleada  y quien sabe cuánto mas de Luthor. Mona parece  una depredadora sexual, el deseo carnal de cualquier hombre,  y estando prendada del empresario para él  resulta poco mas que un juguete ante el que se muestra imperturbable la mayor parte de las veces. Sin embargo este personaje resulta revelador  sobre las auténticas debilidades de su jefe y amante en uno de los diálogos que mantiene con él cuando  afirma que de joven, como todas las mujeres, estuvo enamorada de Superman. Ante esto Luthor expresa rápida (y repetidamente  a lo largo de toda la historia) que Superman no es humano: una letanía destinada a tratar de fortalecer un Yo devaluado en su masculinidad ante el portento físico de su rival.  Aquí vemos como mas allá de que le moleste la idealización excesiva del  hombre de acero, Luthor muestra una inseguridad viril respecto al kryptoniano, que, quizás camuflada inconscientemente de xenofobia (sentimiento que ha recorrido largamente la historia de ambos personajes hasta la última recreación de Grant Morrison),  oculta  un sentimiento de inferioridad, propio aunque proyectado en toda la humanidad.
Esta hipótesis se hace más  palpable aun con la aparición dentro del relato de Hope, un androide femenino con superpoderes creado por Luthor  para encarnar su sueño de una humanidad  sin límites, y en el que sorprendentemente  encontramos  la gran contradicción, el mayor (auto)engaño del villano, una prueba de cómo sus actos no se corresponden con sus palabras. Hope es artificial, menos humana aun que Superman, y es sin duda la confirmación de como el villano es capaz incluso de sacrificar sus propios sueños reivindicativos. Su discurso sobre la salvación de la humanidad frente a la invasión de lo que no es humano queda en evidencia frente al anhelo de poseer a Superman (o lo que Superman posee) al menos simbólicamente, arrebatándole su puesto como defensor de Metrópolis, mintiendo al pueblo, haciéndole creer que la humanidad puede ser mas delo que es, que puede ser Super.
 
En estas circunstancias se hace especialmente inquietante que Azarello nos muestre el interés romántico que Luthor manifiesta  por su creación, a quien sin duda ha programado para que experimente sentimientos similares hacia él. El implacable hombre de negocios acaba siendo una mezcla de padre (siempre el auténtico jefe, el verdadero Superyo) y amante de un androide con profundo complejo de Electra que restituye su libido, su puesto TOP en la ciudad.  Lo que quizás Azarello trata de decirnos es que el odio de Luthor hacia Superman es un complejo mecanismo de defensa para restablecer un self  castrado ante la superioridad de una figura divina por la que se siente  irremediablemente atraído y fascinado (como cada uno de nosotros, aunque no hayamos leído un comic en nuestra vida), una atracción resuelta en rechazo consecuencia del frustrante   anhelo por lo que no se puede poseer, un profundo complejo psicológico como única plausible explicación de que, durante décadas  y en cada época, una mente tan genial,  un hombre desmesuradamente rico en todos los aspectos, se haya entregado a la obsesión compulsiva e irracional de acosar incansablemente a un solo ser, a competirlo hasta el punto de llegar a hacer el amor a una maquina solo porque puede volar.  Toda necesidad de poder y autoridad sobre el Otro esconde un narcisismo patológico que incita a situarlo como inferior, pero aquí, en la competición continua, Superman nunca se muestra ni se mostrará como tal, esa es su condición totémica y simbólica, la invencibilidad. “Nunca conseguiré vencerle” será otra de las letanías recurrentes de Luthor, que en esta ocasión también quiere decirnos que nunca dejará de intentarlo. En su dinámica habitual Lex siempre se ha considerado, gracias a su intelecto, el único igual de Superman, querer compartir esa igualdad, ese parecido empático hasta lo íntimo es al final el anhelo de todo Yo respecto a la alteridad. Incapaz de aceptar semejante condición Luthor hará explotar su imponente torre y sus planes se vendrán finalmente abajo como siempre, de nuevo una  (auto)castración que parece ser  el destino de todo supervillano, una conquista nunca satisfecha como medio para perpetuar el único conflicto capaz de restituir, una, otra y otra vez, su self en el mundo, el conflicto con el único ser a quien necesita constantemente, su enemigo.

Bajo la mirada reflexiva de Luthor, Superman es un ser silencioso y ténebre, inescrutable y frio, que lo observa de forma acosadora a través de un cristal, y  cabria preguntarnos si esta imagen obsesiva no esconde la imposibilidad de un contacto que en realidad se precisa inconscientemente. En las 144 páginas que conforman esta atractiva historia,  Superman,  y tan solo como respuesta  al grito suplicante de su archienemigo que ansía oír su voz, pronuncia una única y tajante afirmación: “puedo ver tu alma”,  y en ella comprendemos el miedo mas profundo pero también el deseo mas perturbador de Lex Luthor: una necesidad de contacto que se grita a través de la mas profusa  maldad.

David Mayo